Suficientes fueron las interminables horas de viaje que tuvimos que soportar para llegar a la ciudad de Valencia.
Salimos a las cinco de la mañana. Después de cruzar la isla hasta el puerto nos desayunamos con la noticia de que el ferry tenía dos horas de retrazo, por lo cual en vez de salir a las siete de la mañana salimos a las nueve. La sala de espera, estaba más helada que camión de carne, y en los exteriores, abrumaba el calor. Asique decidimos dar rienda suelta a nuestro espíritu aventurero y salimos a recorrer Puerto Las Piedras en busca de agua caliente para tomar mate. Es difícil describir los rostros, gestos y gemidos de los paisanos cuando pedimos agua caliente. Mostrando el termito azul de medio litro, no pueden entender porque queremos tanta cantidad de agua, entonces te dan un vasito chiquitito, o te preguntan si es una bebida alcohólica, o si tiene algún efecto alucinógeno.
Una vez en el Ferry, jugamos al tute rodeadas de niños venezolanos queriendo participar del enredo lúdico. Tanto nos entretuvimos con las cartas, que nos perdimos de los saltos de los delfines que acompañaban el movimiento mecedor del navío.
Se nos pasó por fin el rato de cuatro horas en la mar, y fue así como dimos comienzo al viaje por tierra.
Para evitar las colas (tremenda caravana de automóviles), al Lalo se le ocurrió hacer el camino más largo para no tener que atravesar Caracas y su acumulación de carros. Yendo a Valencia por los llanos desde Puerto La Cruz, era algo así como ir a Santa Fé desde Córdoba por Tierra del Fuego.
Total, que llegamos a la medianoche agobiadas y hambrientas. Fue gracias a la hospitalidad de la familia Cibanik-Di Mauro, que Anita nos esperaba con empanaditas criollas y ensalada mixta, un manjar para nuestros paladares que de tanta pasta y arepa ya nos sentíamos enharinadas.
El período en Valencia sirvió de disfrute y relajación, conocimos plazas, museos, ferias de libros, centros comerciales y hasta vimos una función de títeres del Teatro La Pareja de Daniel Di Mauro que disfrutamos mucho. Luego de amenazadoras promesas de que lo mejor de Valencia son las playas, nos llevaron solo una vez a Isla Larga, que vale decir es un paraíso. Para llegar a Isla Larga se debe cruzar en lancha desde Puerto Cabello, cuyo nombre se debe a que, al ser sus aguas tan calmas, se pueden anclar los barcos con solo un cabello. En la Isla, cada pequeña ola rompe delicadamente la blanca y fina arena con una franja de granitos rojos que dibujan el contorno del agua. De extremada transparencia, el mar deja ver cardúmenes de pequeños peces curiosos que te rodean el cuerpo después de estar cinco minutos sumergido. Otros, mas grandes y audaces, te muerden los pies y saltan en conjunto agitando el agua. La fauna es increíble, sobrevuelan a escasos metros pelícanos y gaviotas, y se entretienen husmeadoras lagartijas turquesas en tus bolsos y zapatos. La Isla es un verdadero circo natural. Al principio, nos comieron los jejenes (mosquitos), ávidos por sangre extranjera, pero por suerte, el primo Mati, siempre listo cual Boy Scout, se mostró preparado cargando dos tubos de repelente que desenvainó con puntería cual Michael J. Fox en “Volver al Futuro 3”. “La memoria de los peces es de tres segundos” dijo el primo y a mí me sonó a segundo disco de Ismael Serrano. Asique jugamos con el tema haciendo referencia a las cuestiones que serían reiteradas por un pez, que intentara llevar adelante una conversación semi civilizada. Pero ¡recuerda Mati!, que la memoria no está relacionada con el tamaño del espécimen. Es una cuestión de intelecto y del corazón también, porque muchas veces, es la emoción la que elige aquellas cosas que queremos recordar y aquellas que preferimos olvidar. "Con mucho bronceado y poco agua dulce, partimos en la última lancha de regreso a la ciudad. Vimos películas, vimos capítulos estreno de series imperdibles, comimos arepas, cachapas y allacas. Tomamos cerveza, tequila, mate y jugos de frutas raras como la lechosa, la guayaba y la parchita (parchita querida, nunca te olvidaré). Todas hicimos algo por nuestra salud. A mí se me dio por agujerearme la nariz, para mejorar mi capacidad respiratoria y contrarrestar la rinitis crónica. Y a las chicas en cambio, se les dio por ir a Trincheras, por la noche, a las aguas termales, y llenarse de vigor y de barro curativo. Lo que si, no llegaron a meterse en la última pileta por ser ésta la de mayor temperatura. Nos sorprendieron dos importantes espectáculos, por un lado, el recital de “Venezuela Identidad Musical”, mas conocido por nosotras como el “show de la arepa”, donde se cantaban canciones folklóricas típicas de Venezuela, y una gorda (la arepa mayor) bailaba al son de una gaita y que por cierto se movía mejor que Cheyene en un recital en Obras. Además de bailar, era la encargada de animar la fiesta representando gráficamente las letras de las canciones. Cuando menos te lo esperabas, te aparecían unas chicas que formaban parte del equipo recreativo, colocándote maracas, banderas pañuelos y silbatos para participar del evento, y moverlos y soplarlos según las instrucciones precisas de la arepa mayor. En un momento dado, a la Luci le enchufaron a San Juan y tuvo que pasearlo por toda la sala al son de la música y los aplausos. Por otro lado, quisimos disfrutar de una obra de teatro llamada “Urbano” realizada por un grupo de jóvenes de Mérida (eso explica el porqué de los pantalones largos y los sacos abrigados). El espectáculo, se asemejaba a una película yanqui futurista de guerra, en donde la protagonista es como la de Terminator, es decir: “Estoy re sucia, pero estoy re buena” y donde además, los personajes nos parecieron sobreactuados. Esta última apreciación, se debe yo creo al modo de hablar de los venezolanos, que después de exportar las traducciones al español hechas en Venezuela, y sus novelas nacionales, el discurso de cualquier lugareño nos sonará a discurso sobreactuado.
Salimos a las cinco de la mañana. Después de cruzar la isla hasta el puerto nos desayunamos con la noticia de que el ferry tenía dos horas de retrazo, por lo cual en vez de salir a las siete de la mañana salimos a las nueve. La sala de espera, estaba más helada que camión de carne, y en los exteriores, abrumaba el calor. Asique decidimos dar rienda suelta a nuestro espíritu aventurero y salimos a recorrer Puerto Las Piedras en busca de agua caliente para tomar mate. Es difícil describir los rostros, gestos y gemidos de los paisanos cuando pedimos agua caliente. Mostrando el termito azul de medio litro, no pueden entender porque queremos tanta cantidad de agua, entonces te dan un vasito chiquitito, o te preguntan si es una bebida alcohólica, o si tiene algún efecto alucinógeno.
Una vez en el Ferry, jugamos al tute rodeadas de niños venezolanos queriendo participar del enredo lúdico. Tanto nos entretuvimos con las cartas, que nos perdimos de los saltos de los delfines que acompañaban el movimiento mecedor del navío.
Se nos pasó por fin el rato de cuatro horas en la mar, y fue así como dimos comienzo al viaje por tierra.
Para evitar las colas (tremenda caravana de automóviles), al Lalo se le ocurrió hacer el camino más largo para no tener que atravesar Caracas y su acumulación de carros. Yendo a Valencia por los llanos desde Puerto La Cruz, era algo así como ir a Santa Fé desde Córdoba por Tierra del Fuego.
Total, que llegamos a la medianoche agobiadas y hambrientas. Fue gracias a la hospitalidad de la familia Cibanik-Di Mauro, que Anita nos esperaba con empanaditas criollas y ensalada mixta, un manjar para nuestros paladares que de tanta pasta y arepa ya nos sentíamos enharinadas.
El período en Valencia sirvió de disfrute y relajación, conocimos plazas, museos, ferias de libros, centros comerciales y hasta vimos una función de títeres del Teatro La Pareja de Daniel Di Mauro que disfrutamos mucho. Luego de amenazadoras promesas de que lo mejor de Valencia son las playas, nos llevaron solo una vez a Isla Larga, que vale decir es un paraíso. Para llegar a Isla Larga se debe cruzar en lancha desde Puerto Cabello, cuyo nombre se debe a que, al ser sus aguas tan calmas, se pueden anclar los barcos con solo un cabello. En la Isla, cada pequeña ola rompe delicadamente la blanca y fina arena con una franja de granitos rojos que dibujan el contorno del agua. De extremada transparencia, el mar deja ver cardúmenes de pequeños peces curiosos que te rodean el cuerpo después de estar cinco minutos sumergido. Otros, mas grandes y audaces, te muerden los pies y saltan en conjunto agitando el agua. La fauna es increíble, sobrevuelan a escasos metros pelícanos y gaviotas, y se entretienen husmeadoras lagartijas turquesas en tus bolsos y zapatos. La Isla es un verdadero circo natural. Al principio, nos comieron los jejenes (mosquitos), ávidos por sangre extranjera, pero por suerte, el primo Mati, siempre listo cual Boy Scout, se mostró preparado cargando dos tubos de repelente que desenvainó con puntería cual Michael J. Fox en “Volver al Futuro 3”. “La memoria de los peces es de tres segundos” dijo el primo y a mí me sonó a segundo disco de Ismael Serrano. Asique jugamos con el tema haciendo referencia a las cuestiones que serían reiteradas por un pez, que intentara llevar adelante una conversación semi civilizada. Pero ¡recuerda Mati!, que la memoria no está relacionada con el tamaño del espécimen. Es una cuestión de intelecto y del corazón también, porque muchas veces, es la emoción la que elige aquellas cosas que queremos recordar y aquellas que preferimos olvidar. "Con mucho bronceado y poco agua dulce, partimos en la última lancha de regreso a la ciudad. Vimos películas, vimos capítulos estreno de series imperdibles, comimos arepas, cachapas y allacas. Tomamos cerveza, tequila, mate y jugos de frutas raras como la lechosa, la guayaba y la parchita (parchita querida, nunca te olvidaré). Todas hicimos algo por nuestra salud. A mí se me dio por agujerearme la nariz, para mejorar mi capacidad respiratoria y contrarrestar la rinitis crónica. Y a las chicas en cambio, se les dio por ir a Trincheras, por la noche, a las aguas termales, y llenarse de vigor y de barro curativo. Lo que si, no llegaron a meterse en la última pileta por ser ésta la de mayor temperatura. Nos sorprendieron dos importantes espectáculos, por un lado, el recital de “Venezuela Identidad Musical”, mas conocido por nosotras como el “show de la arepa”, donde se cantaban canciones folklóricas típicas de Venezuela, y una gorda (la arepa mayor) bailaba al son de una gaita y que por cierto se movía mejor que Cheyene en un recital en Obras. Además de bailar, era la encargada de animar la fiesta representando gráficamente las letras de las canciones. Cuando menos te lo esperabas, te aparecían unas chicas que formaban parte del equipo recreativo, colocándote maracas, banderas pañuelos y silbatos para participar del evento, y moverlos y soplarlos según las instrucciones precisas de la arepa mayor. En un momento dado, a la Luci le enchufaron a San Juan y tuvo que pasearlo por toda la sala al son de la música y los aplausos. Por otro lado, quisimos disfrutar de una obra de teatro llamada “Urbano” realizada por un grupo de jóvenes de Mérida (eso explica el porqué de los pantalones largos y los sacos abrigados). El espectáculo, se asemejaba a una película yanqui futurista de guerra, en donde la protagonista es como la de Terminator, es decir: “Estoy re sucia, pero estoy re buena” y donde además, los personajes nos parecieron sobreactuados. Esta última apreciación, se debe yo creo al modo de hablar de los venezolanos, que después de exportar las traducciones al español hechas en Venezuela, y sus novelas nacionales, el discurso de cualquier lugareño nos sonará a discurso sobreactuado.
El domingo cinco de noviembre por la mañana, el Teatro Piedra Libre dio una función infantil en el Centro Cultural San Joaquín, maravilloso edificio de hermosas y extrañas matas (o sea: plantas). La Luci quería hacer una acotación de esta obra pero como se fue de la sala de redacción lo agregará posteriormente. Por la noche, fuimos a un bar mexicano (hay que venir a Venezuela para ir a un bar mexicano!!!!! Que bárbaro). La cosa es que tomamos tequila, comimos enchiladas, e hicimos la ola en la mesa cada vez que el equipo de beisball del lugar anotaba una carrera en la pantalla gigante. Ya el lunes, emprendimos viaje a Guanare para participar de la 8va Bienal. Esta vez no amanecimos para salir a las rutas, pero esa es la historia del próximo capítulo de esta Crónica de Gira. "
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