Y ya no es lo mismo. No es lo mismo buscar las palabras para describir una experiencia mientras se la vive, cuando uno sabe profundamente que aun no ha terminado, que quedan algunos caminos por recorrer, gente que querer, emociones que sentir; que saberlo concluido y simplemente repasar ese tiempo incontrolable que es el pasado a la espera de un nuevo fragmento de vida que contar.
Pero como las experiencias no se pierden nunca, tampoco se perdió la tela del teatro. Y fue así como cinco minutos antes de irnos, un taxi nos trajo la tela a la casa de los Cibanik, con lo que recuperamos la sonrisa y la calma.
Camino a las despedidas, lo dejamos al Seba en la guardería. Él, entusiasmado y sin entenderlo, tiraba sus manitas para irse con la maestra. Yo, en triste postura de un adiós, lo apretujaba cual osito de peluche, estrujándolo en mis ya enjuagados ojos de madrina melancólica.
Después, nos abrazamos como veinte veces con Roni, Anita y el primo Mati antes de partir a la terminal para tomar el colectivo que nos llevaría a la ciudad de Caracas. Una vez en Rodovías con la Cele, matábamos el tiempo hablando de minimidades cotidianas, evitando el correr del tiempo que marcaría en algún momento la hora de partir. Nadie dice que sean fáciles las despedidas, pero esa tarde, me alegró mucho recibir los abrazos de mis compañeras de viaje, de gira y de vida, cuando vimos el auto de la Cele dar la vuelta por la esquina alejándose lentamente. Digo lentamente, no porque no tenga experiencia de manejo, sino porque el transito en Venezuela siempre está trancado y la despedida se asemejaba ya a una película de amor de esas que no tienen final feliz.
Una vez cargados los pesados bolsos, ingresamos en el microclima del colectivo, que sorprendentemente no estaba tan frío como lo recordaba. Ya en Caracas, teníamos que hacer tres cuadras hasta la casa de los tíos abuelos Lala y Marcos. Nos enfrentamos, en esa oportunidad, con dos inconvenientes importantes: primero, que no había poder humano capaz de transportar los equipajes a lo largo del trayecto; y segundo, que ya era de noche y eran las tres cuadras mas peligrosas de todo Caracas. Asique teníamos que tomarnos obligatoriamente un taxi que seguramente iba a cobrarnos 10 mil bolivares, algo así como $10 hablando en criollo. El verdadero problema resultó ser que nadie quería llevarnos obsesionados con la idea de que no entraban los bolsos. ¡Na huevonada de huevo!.
Por suerte, la Luci se cansó de la inmovilidad práctica y salió a buscar un tachero que se pusiera las pilas. En cinco minutos ya estábamos arriba de un coche que hacía un ruido infernal cada vez que cambiaba las marchas, lo que evidenció que la Luci tenía muchas ganas de volver, al mostrar tamaña eficiencia y eficacia en la búsqueda del taxi.
Lo que conocimos de Caracas, es un apretujón urbano de arquitectura colmada de cemento, mugre, palmeras y montañas, que no dejaba de ser pintoresco. Lo que mas nos atrajo la atención eran las casitas una encima de la otra que teñían las lomas de distintos colores y formas, y que por la noche, dibujaban la caída de un cielo estrellado.
En la pequeña casa de Lala, no entraba ni un títere más. Hermosamente decorado, el pequeño espacio se contrarresta con la enorme sensación de hogar y atención que nos regaló el recibimiento. Mas allá de los mosquitos, dormimos plácidamente y nos levantamos temprano para preparar unos sanguchitos de milanga para comer, ya que les recuerdo a modo de denuncia: NO NOS DAN COMIDA EN EL TACA!.
Como el taxista que demoramos media hora en contratar no vino, nos tomamos el primero que pasó por la calle y ese mismo nos llevó muy contento y charlatán hasta el aeropuerto. Una vez allí, tuvimos que hacer tiempo para el check-in, nos peleamos con los que nos querían embalar todas las valijas con plástico y con el que nos prestó el carrito, que era sordomudo pero nos pedía insistentemente 10 mil bolos con las manos abriendo los dedos, cual chavista esperando los 10 millones de votos. Creo que era la primera vez que extrañábamos los carritos gratis de Ezeiza, y en un análisis social de las conductas latinoamericanas llegamos a la conclusión de que el argentino no es el mas cagador de los latinos. A partir de ahora, la frase "100% argento" referida a los vivos bárbaros, ya no tiene el mismo efecto.
El viaje en avión fue verdaderamente igual ya que los asientos seguían sin reclinarse, por lo cual, al igual que a la ida no dormimos nada a la vuelta. Lo maravilloso, fue nuestra compulsiva actitud de fumadoras que se sienten discriminadas por las prohibiciones para llevar adelante dicho vicio. Una vez en pre-embarque, antes de subirnos a un colectivo que nos llevaría al avión, consultamos la posibilidad de fumar en el exterior para no herir susceptibilidades de salubridad de los demás pasajeros allí presentes. Frente a la respuesta negativa de los guardias, al grito de ¡me discriminan por fumar!, las chicas se alejaron lentamente en busca de una visión vidrial hacia las pistas de despegue. Es en ese instante en donde se acerca un hombre de limpieza y me dice al oído: "Fumen en el baño que está ahí" y extiende su mano al rincón derecho de la sala. Yo genero un ruido de llamado de atención cómplice a mis compañeras de ruta aérea con la onomatopeya "pissssh". Al cabo de cinco minutos estabamos encerradas en el baño para discapacitados, escapando de los detectores de humo y cerca de la ventilación. Si, nos sentimos como quinceañeras fumando en el baño del colegio y hasta se hizo algún comentario sobre la marihuana. Faltándole al cigarrillo unas tres secas, escuchamos una voz masculina que reprendía: "Chamas, no se puede fumar en el baño". Salimos despavoridas con cara de culpa enfrentándonos a una comitiva de guardianes de la ley que nos apuntaban de manera acusatoria con el dedo sin perdernos de la mira. Se adelantó primero la Luci, a la que paró un guardia y le dijo: "ustedes estaban fumando cuando les dije que no lo hagan", "noooo" responde la Lulu a cara de piedra... " no me engañe señorita que se le huele el tabaco". En ese mismo instante se acerca la Yani diciendo... "le prometo que no lo volvemos a hacer", y de ese modo desdibuja la estrategia de la compañera Lucía al mejor estilo "Yo no fui". Yo, que me adelanté unos metros, fui interceptada por otro guardia que me dijo "usted ha cometido un delito, le dije que no se podía fumar" al que respondo, "¿en serio?, ¿en el baño tampoco?, disculpe, entendí que no se podía en ESTE lugar, lo siento, no volverá a pasar" al mejor estilo "hacerse la boluda". De esta situación salimos ilesas, y terminamos subiendo últimas por las escaleritas de avión, sacándonos fotos y saludando cual película dramática en las que el último pasajero, es siempre el protagonista que lanza una última y lastimosa mirada al exterior y desaparece detrás de la puerta del avión al cerrarse.
Previo trasbordo en Lima, llegamos a Buenos Aires a las tres y media de la mañana. Después de la gaseosa mas cara que nos tomamos en nuestra vida, hicimos tiempo hasta las seis para tomarnos un taxi a retiro y encarabanarnos en el colectivo mas lechero del país, el cual al ver un árbol en el camino para. Nunca dejamos el calor del caribe, y a duras penas pudimos dormitar entre sofoques y charlatanería diurna. Llegamos a Córdoba (¿corazón de nuestro país?) a las seis y cuarto de la tarde, pensando en el ya concluido viaje, en la mugre, en el sueño, en los abrazos familiares, en la descarga de los bolsos, en el calor, en las ganas de criollitos con dulce de leche y mate con yerba no vencida, en la cerveza, en el maní japonés; y yo... en el jugo de parchita.
FIN
domingo, 3 de diciembre de 2006
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